Cuando lo ético es decir que no

Esta semana X cliente habitual me contactó para encargarme un informe de lectura de un libro de tal género y tantas páginas. Acordamos honorarios y plazos de entrega. Hasta ahí, lo usual. Esta es una editorial para la cual ya venía trabajando con cierta regularidad, así que estaba familiarizada con el tipo de textos que publican.

El problema surgió cuando, al día siguiente, ya con el manuscrito completo en mano, me dispuse a comenzar mi labor. Me tomó solo media página darme cuenta de que este texto y yo no éramos compatibles. No lo dudé. Inmediatamente, le escribí a mi contacto para decirle que no me sentía cómoda trabajando con el texto de una persona que xxxx —no doy ningún detalle específico porque 1) realmente no importa qué era exactamente, 2) por una cuestión de confidencialidad, por supuesto—, porque iba en contra de mi ética y mi moral.

La respuesta no se hizo esperar y fue todo lo que podría haber deseado: «Lo entendemos y lo respetamos. Gracias por tu sinceridad. Acabamos de recibir este otro libro para corregir. ¿Qué pensás? ¿Querés tomarlo?».

Final feliz para la anécdota y continuidad satisfactoria de la relación profesional.

Como mediadores culturales, sabemos que la ética profesional indica reconocer cuándo no contamos con las herramientas o los conocimientos para llevar a cabo un trabajo con idoneidad. Debemos llevar a cabo nuestra labor con justicia, imparcialidad y exhaustividad. Y debemos ser conscientes de nuestras propias limitaciones.

No puedo evitar preguntarme cómo podés hacer todo eso cuando un texto y el mensaje de la persona que lo escribió te resulta —por la razón que sea— ofensivo, cuando sentís que está en contra de todo lo que considerás justo.

Yo tengo un compromiso con mis clientes, con quienes crearon el contenido que traduzco y corrijo, con el público… pero, sobre todo, tengo un compromiso moral con mis propios principios. No podría conducirme en mi profesión —ni en la vida— de otra manera.

Ser fiel a tu sentir y tu pensar puede ser difícil, y las convicciones no pagan el alquiler. Soy muy consciente de eso. Quizás otras personas no se habrían atrevido a decir cómo se sentían y a rechazar el trabajo, por temor a perder a su cliente. Yo soy muy afortunada: tengo la suerte de haber encontrado clientes que no solo me respetan como profesional, sino también y fundamentalmente como ser humano.

En este mundo de traducción automática, programas de autocorrección y la amenaza de que la tecnología nos reemplace, a veces, hasta nos olvidamos de que podemos elegir. Tenemos la opción de rechazar un trabajo que va en contra de nuestros sentimientos, nuestras creencias y nuestros intereses.

A veces, decir que no es la única salida ética... y saludable.

¿Y a ustedes les pasó alguna vez de recibir un encargo reñido con sus convicciones? ¿Qué hicieron? ¿Cómo reaccionó su cliente?

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