Profesión solitaria, mis polainas

«La traducción es una profesión solitaria». Eso dice el lugar común. Eso nos han inculcado.

Sin embargo, hablando desde la más profunda honestidad, para mí nunca lo ha sido. Soy una convencida de que podemos ejercer nuestra profesión (y conducirnos en la vida) de otra manera.

Sin temor a exagerar, puedo decir que una de las cosas más lindas que me trajo mi trabajo es la gente. Gracias a él, me hice de buenas amigas que, encima, se embarcan en aventuras investigativas y traductoriles conmigo. Son varias, pero hoy voy a hablar solo de una de ellas.

Ayer se cumplió un aniversario que es un hito en mi carrera y en mi vida: fue la primera conferencia internacional en la que expuse y encima lo hice en equipo con —quien ahora es una gran amiga— Maitén Vargas.

Maitén y yo iniciamos este recorrido como dos desconocidas que compartían espacios profesionales y de militancia y activismo en febrero de 2020 y llegamos a ese 10 de julio de 2021 con un montón de lecturas compartidas, mucho trabajo en común y una amistad consolidada. Todo eso se vio plasmado en nuestra ponencia «Repensar la ética de la traducción en un mundo no binario», que presentamos en el XI Congreso Internacional de la Associação Brasileira de Tradutores e Intérpretes.

Desde entonces, hemos expuesto en otros escenarios internacionales, como la American Translators Association, la Israel Translators Association y la International Association of Translators e Interpreters. Y ya tenemos varias agendadas presentaciones más para este 2022. Y, como si fuera poco, también venimos trabajando juntas en hermosos proyectos, como la traducción al español de un importantísimo índice de género internacional.

Es por eso que hoy quiero festejar con ella no solo el aniversario de nuestra primera presentación en público, sino también el orgullo de compartir una visión de la profesión y, lo que es muchísimo más importante, la convicción de que el trabajo colectivo es el camino para construir el mundo que ambas queremos.

Porque, como dice nuestra consigna feminista, la sororidad es una decisión política. Apostar por la colaboración y dejar de ver a las, los y les colegas como competencia también.

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